Alphonse de Lamartine (1790-1869) | Patrimoines Partagés تراث مشترك
Los Souvenirs, impressions, pensées et paysages, pendant un voyage en Orient se erigen como la joya del género romántico que llegó tras el Voyage en Égypte et en Syrie (1787) y las Ruines (1791) de Volney, el filósofo y orientalista.
Estos cuatro volúmenes se sitúan entre el Itinéraire de Paris à Jérusalem (1811) de Chateaubriand y el Voyage en Orient (1851) de Nerval. Se distinguen del primero, ya que Lamartine fue benévolo con el Islam, mientras que Chateaubriand se erigió en portavoz de la Cruz contra la Media Luna, pero no anuncian la singularidad del segundo. Tuvieron un éxito constante hasta principios del siglo XX, como lo demuestran sus numerosas nuevas ediciones.
La BnF posee seis álbumes numerados de puño y letra de Lamartine, a modo de cuadernos de dibujo, que llevan la etiqueta de Giroux, proveedor habitual de Lamartine (donados por Valentine de Cessiat de Lamartine en 1897, Voyage en Orient, Notes: 10 juillet 1832-13 septembre 1832). A ellos se añade un séptimo álbum, aparte por su carácter dispar, limitado a ocho hojas titulado: «Athènes et le Parthénon», encuadernado al frente de una serie de otros fragmentos. Estos álbumes son la matriz de los dos primeros volúmenes de 1835, que van desde el embarque en Marsella hasta la salida de Beirut hacia Baalbek. La BnF conserva también el manuscrito de Fatallah Fayîgh, transcrito en el vol. 4 del Voyage en Orient. Esta donación se registró el 24 de junio de 1837. En la columna de «Títulos de obras», aparece la siguiente mención «El Sr. Ministro de Instrucción Pública ha recibido un manuscrito árabe adquirido en Siria por el Sr. de la Martine, que lo ha traducido en su Voyage en Orient y lo ha presentado a la Biblioteca. El título en francés de este manuscrito es: Manuscrit arabe du voyage de Sayghir-Drogman de M. Lascaris = 1833 = à Mr de Lamartine et Tableau des tribus arabes de Syrie, complément du ms.»
El itinerario de Lamartine, inicialmente concebido como una búsqueda de inspiración para dos grandes poemas épicos, Jocelyn y La Chute d’un ange, no siguió la lógica de la mayoría de los viajes a Oriente: la huida, la evasión y la recogida de color local. Lamartine, que soñaba con descubrir Oriente desde que admiró el grabado que lo representaba en la Biblia de Royaumont, leída por su madre, se vio atenazado por dudas metafísicas en el momento de su partida. El espectáculo de la rivalidad entre religiones en Tierra Santa agravó una crisis que iba a conducir al poeta hacia una especie de deísmo, como puede verse en muchos pasajes de su cuento, que fue incluido en el Índice de libros prohibidos por el Vaticano en 1836, así como en su meditación poética y filosófica en verso, Le Désert ou l’Immatérialité de Dieu, publicada en la XI Entrevista de Le Cours familier de littérature en noviembre de 1856.
En su Voyage en Orient, Lamartine mencionó la Gerusalemme liberata de Torquato Tasso. El Romanticismo estaba muy apegado a los grandes poemas heroicos que reinvertían los arquetipos trágicos de la Antigüedad: La Jerusalén liberada (1581) de Tasso, que impresionó especialmente a Delacroix, o El paraíso perdido (1667) de John Milton (traducido por Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra), la epopeya de Lucifer, el ángel caído, cuyas reminiscencias pueden verse en Les Méditations, La Chute d’un ange y Jocelyn. En este contexto se sitúa la «Description de Jérusalem», como introducción de una nueva traducción de Gerusalemme liberata de Philipon de la Madelaine, en 1841: a pesar de haber sido censurado por el Vaticano, Lamartine siguió siendo el descriptor por excelencia de la capital de los tres monoteísmos.
La motivación de la marcha de Lamartine a Oriente no fue sólo metafísica: tras un primer fracaso en la elección de diputado, se cuestionó la compatibilidad entre la práctica de la poesía y la de la política: fue en Siria, desesperado tras la muerte en Beirut de su única hija, Julia, donde se enteró, en 1833, de que había sido elegido diputado de Bergues: inicialmente legitimista, se pasó a la izquierda en 1837. A su regreso a París, el 4 de enero de 1834, Lamartine pronunció en la Cámara el primero de una larga serie de discursos relativos a la Cuestión de Oriente (todos los discursos políticos de Lamartine han sido recogidos en 6 volúmenes como La France parlementaire, 1864-1865). Inicialmente favorable al desmantelamiento del Imperio Otomano, se arrepintió más tarde de esta actitud, hasta el punto de convertirse en uno de los más fervientes defensores de que permaneciera unido. Tras perder las elecciones presidenciales de 1848, ya arruinado y sin futuro en Francia, Lamartine solicitó al sultán Abdül-Médjid, por mediación del Gran Vizir Mustapha Reschid Pacha, la concesión de una gran propiedad agrícola en Asia Menor, Burgaz-Ova, en Tire, cerca de Éfeso. Pero al no encontrar suficientes interesados, Lamartine abandonó su finca turca. Temiendo que los inversores extranjeros se interesaran demasiado por esta parte del Imperio, la Puerta recuperó Burgaz-Ova el 11 de septiembre de 1852, a cambio de un alquiler anual de 20.000 francos. El inicio de esta aventura se encuentra en el Nouveau Voyage en Orient (1852), del que grandes partes fueron escritas por el amigo y vecino de Lamartine, Chamborant de Périssat, que le había acompañado a Turquía como experto agrícola, o por su secretario Charles Alexandre. A su regreso, Lamartine inició una monumental Histoire de la Turquie (1854-1855) en 8 volúmenes, que en su mayor parte es una recopilación. En un «Post scriptum à la Préface», Lamartine dedica seis páginas a indicar sus fuentes y sus «deudas»: Joseph von Hammer-Purgstal e Ignace Mouradgea d’Ohsson son ejemplos notables. En L’Abdication du poète, Maurice Barrès cuenta esta deliciosa anécdota: «Recuerdo haber oído decir a Renan que, en la Biblioteca Nacional, había consultado una vez una obra que Lamartine había hecho copiar, para su Histoire de la Turquie, creo. Como la copia de la biblioteca estaba incompleta, el copista no había ido más allá y así se encuentra un gran vacío en la obra de Lamartine. La indignación de Renan me permite comprender el total descrédito en que cayó el pobre poeta a los ojos de sus contemporáneos». Al final de su vida, aunque tuvo que realizar trabajos menores por dinero, Lamartine seguía sintiendo un constante apego a Oriente, como se puede ver en las tres monografías que, cuatro años antes de su muerte, dedicó a Mahoma, Tamburlaine y el sultán Zizim, reunidas bajo el título Les Grands Hommes de l’Orient (1865). En sus Nouvelles Méditations poétiques, Lamartine confía: «He nacido oriental y así moriré»
Uno de los compañeros de viaje de Lamartine, el doctor Delaroière, también escribió un relato, que completaba algunas de las lagunas de la versión del escritor, en particular la muerte de su hija Julia: Voyage en Orient, París, Debécourt, 1836.