Ecología animal
Cada especie tiene su nicho
La fastuosa riqueza de la biomasa terrestre está organizada en una jerarquía de unidades que interactúan: un organismo individual, una población, una comunidad y, finalmente, un ecosistema, el más desconcertantemente complejo de todos los sistemas naturales. En el estudio ecológico es fundamental el hábitat, la ubicación espacial donde vive un animal. Lo que un animal hace en su hábitat, su profesión por así decirlo, es su nicho: cómo consigue su comida, cómo organiza su perpetuidad reproductiva, en resumen, cómo sobrevive y se mantiene adaptado en el sentido darwiniano. Un nicho es un producto de la evolución y, una vez establecido, ninguna otra especie de la comunidad puede evolucionar para explotar exactamente los mismos recursos. Esto ilustra el «principio de exclusión competitiva»: no hay dos especies que ocupen el mismo nicho. Por lo tanto, diferentes especies pueden formar una comunidad ecológica en la que cada una tiene un papel diferente en su entorno compartido.
A mediados del siglo XIX, el zoólogo alemán Ernst Haeckel introdujo el término ecología, definido como la «relación del animal con su entorno tanto orgánico como inorgánico». El medio ambiente incluye aquí todo lo externo al animal, pero sobre todo su entorno inmediato. Aunque ya no restringimos la ecología sólo a los animales, la definición de Haeckel sigue siendo básicamente sólida. La ecología animal es ahora una ciencia muy sintética que incorpora todo lo que sabemos sobre el comportamiento, la fisiología, la genética y la evolución de los animales para estudiar las interacciones entre las poblaciones de animales y sus entornos. El principal objetivo de los estudios ecológicos es comprender cómo estas diversas interacciones determinan las distribuciones geográficas y la abundancia de las poblaciones animales. Este conocimiento es crucial para garantizar la supervivencia de muchas poblaciones cuando sus entornos naturales se ven alterados por la actividad humana.