El ejercicio no es un factor de riesgo para el desarrollo de la ELA

La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) es un trastorno de las neuronas motoras que suele conducir a la muerte durante meses o años. No tiene cura. Desde que Lou Gehrig, un famoso atleta, fue diagnosticado con la enfermedad a finales de la década de 1930, ha habido interés en la relación entre la actividad física y el desarrollo de la ELA, con algunos estudios que sugieren un mayor riesgo con el aumento de la actividad, presumiblemente debido al estrés oxidativo que conduce a la pérdida neuronal. En un gran estudio de casos y controles basado en la población, Pupillo y sus colegas (2014) se propusieron explorar esta relación de forma más rigurosa.

Los autores realizaron un estudio que duró >4 años y que captó los casos de ELA recién diagnosticados en un gran consorcio europeo. Los pacientes elegibles eran mayores de 18 años y se les diagnosticó una ELA posible, probable o definitiva según los criterios establecidos. Para cada caso, los médicos generales de la zona reclutaron dos controles emparejados por sexo, edad (dentro de los 2,5 años) y ubicación. Además de la recogida de datos de referencia, los casos y los controles se sometieron a una entrevista estructurada que incluía la historia ocupacional, las actividades deportivas y de ocio, la actividad física y los antecedentes de traumatismos. El ejercicio relacionado con el deporte y la actividad física se convirtió en estimaciones de equivalentes metabólicos (MET) para cada actividad y se multiplicó por el número de años y horas semanales dedicadas a la actividad para crear una puntuación MET acumulativa para cada sujeto.

En el estudio se incluyeron un total de 652 pacientes con ELA y 1166 controles, y los riesgos se calcularon mediante regresión logística. La mediana de edad fue de 66 años entre los casos y de 67 entre los controles. La mediana del índice de masa corporal (IMC) fue de 23,9 en los casos y de 25,7 en los controles. De los pacientes con ELA, 301 fueron diagnosticados con ELA definitiva, 276 con ELA probable y 75 con ELA posible.

Los autores descubrieron que la actividad física general estaba asociada con un riesgo significativamente menor de desarrollar ELA, al igual que la actividad física relacionada con el trabajo (OR ajustado, 0,56; IC del 95%, 0,36-0,87) y la participación en deportes organizados (OR ajustado, 0,49; IC del 95%, 0,32-0,75). Las puntuaciones de MET acumuladas más altas se correlacionaron inversamente con el riesgo de desarrollar ELA.

Al examinar las lesiones traumáticas, los autores encontraron que sólo un historial de más de un traumatismo craneal se asoció con un mayor riesgo de tener ELA (OR, 2,82; IC del 95%, 1,22-6,56). La incidencia global de lesiones traumáticas no resultó ser significativamente diferente entre los casos y los controles. La edad media de inicio de la ELA fue de 67,1 años en los pacientes que eran más inactivos físicamente y de 61,5 años en los que tenían un historial de actividad física relacionada con el trabajo o el deporte (p<.0001), aunque esta relación se atenuó cuando los datos se ajustaron por cohorte de nacimiento.

Este importante estudio demuestra que la actividad física no es un factor de riesgo para el desarrollo de la ELA y que, de hecho, puede ser protectora, en contraste con otros estudios anteriores, así como con la evidencia anecdótica de una serie de casos de ELA de alto perfil en los atletas. El estudio tiene ciertamente limitaciones, como el posible sesgo de recuerdo y la falta de cegamiento de los entrevistadores. Sin embargo, este trabajo es tal vez la mejor evidencia hasta ahora que aborda la relación entre la actividad física y la ELA. Los pacientes a los que se les acaba de diagnosticar la enfermedad suelen preguntar a los médicos si una serie de exposiciones pueden haber sido la causa; este estudio elimina la actividad física de esa posible lista.