El Mar No Tan Muerto: Rastros de antiguas bacterias encontrados en los sedimentos del lago
El Mar Muerto no está del todo muerto. Claro, es uno de los ecosistemas más extremos de nuestro planeta, con una salinidad tan alta que los turistas pueden flotar fácilmente sobre su denso y salobre brebaje. Y al no haber plantas, peces u otra vida visible, los nadadores pueden ser excusados por suponer que nada se mueve en las profundidades. Pero hace tiempo los científicos descubrieron microorganismos unicelulares denominados arqueas que vivían en las aguas del lago, lo que llevó a muchos a preguntarse si otra vida sencilla también podría sobrevivir en los sedimentos del fondo a pesar de la ausencia de oxígeno, luz o nutrientes.
Ahora Camille Thomas, geomicrobiólogo de la Universidad de Ginebra, y sus colegas han desenterrado fósiles moleculares en los sedimentos del Mar Muerto que sugieren que las bacterias vivían allí hace tan sólo 12.000 años. Es la primera vez que los científicos descubren una forma de vida distinta de las arqueas en este ecosistema, lo que sugiere que esa vida podría existir (o haber existido en el pasado) en lugares similares de todo el planeta y en otros lugares del sistema solar, incluido Marte. Los resultados se publicaron en marzo en Geology.
Thomas y sus colegas formaron parte de una colaboración internacional que en 2010 perforó 430 metros por debajo del lecho del lago en una oportunidad sin precedentes para evaluar mejor el pasado de nuestro clima. Tras varios años de análisis de las muestras, el equipo de Thomas encontró arqueas enterradas en el sedimento. Era la prueba de que estos organismos podían sobrevivir tanto en el propio lago como en el sedimento inferior, donde las condiciones son aún más hostiles. Sin embargo, Thomas seguía pensando que era improbable que algo más que las arqueas pudieran sobrevivir allí. «Pensaba: ‘Es un entorno extremo, y sólo es para los tipos extremos'», dice.
El hallazgo más reciente del equipo desmiente esa idea. Thomas y sus colegas analizaron capas de yeso (un mineral que queda cuando se evapora el agua salada) que se depositaron hace 12.000, 85.000 y 120.000 años. En ellas descubrieron ésteres de cera, moléculas ricas en energía que los pequeños organismos crean y almacenan cuando escasea el alimento. Dado que las arqueas no pueden producir estas moléculas, y que es muy poco probable que los organismos multicelulares sobrevivan a condiciones tan hostiles, el equipo concluye que las antiguas bacterias deben haber producido los compuestos.
¿Pero cómo sobrevivieron estas bacterias? Los ésteres de cera llevaban restos de las membranas celulares de las arqueas, por lo que los investigadores plantean la hipótesis de que las bacterias carroñearon restos de arqueas. Ese mecanismo de supervivencia explicaría cómo la comunidad consiguió prosperar en unas condiciones aparentemente tan desoladas. «Aunque sabemos que hay una tonelada de diversidad en la biomasa microbiana, siempre es emocionante ver qué estrategias utilizan estas comunidades microbianas para sobrevivir en diferentes entornos», dice Yuki Weber, bioquímico de la Universidad de Harvard, que no participó en el estudio. «Todavía queda mucho por aprender sobre el metabolismo microbiano».
Además, Thomas y sus colegas encontraron indicios tentadores de que la vida bacteriana puede existir en el ecosistema del Mar Muerto incluso en la actualidad. Por ejemplo, cuando abrieron por primera vez un gran frasco de sedimentos contemporáneos, olieron a huevos podridos, un signo revelador del gas sulfuro de hidrógeno, que a menudo producen las bacterias. Pero el gas también puede tener un origen no biológico, como la actividad geotérmica (por la que es famoso el Parque Nacional de Yellowstone), por lo que los investigadores no están seguros de que las bacterias sigan residiendo bajo el lago salado.
Aunque no sea así, lo más probable es que las bacterias vivan en condiciones similares en toda la vasta biosfera subterránea de la Tierra, sostiene Weber. Y a medida que los científicos continúen trazando los entornos extremos en los que la vida puede sobrevivir, comprenderán mejor cómo y dónde surge en la Tierra y en otros planetas, afirma.
Tomemos como ejemplo Marte: en 2011 el rover Opportunity de la NASA tropezó con yeso, el mismo mineral que Thomas encontró en los sedimentos del Mar Muerto. Su presencia sugiere que, al calentarse el Planeta Rojo, sus océanos y lagos se evaporaron. Pero antes de que lo hicieran, estas masas de agua probablemente se habrían parecido mucho al Mar Muerto, quizás hasta en los procesos biológicos, dice Tomaso Bontognali, científico del Instituto de Exploración Espacial de Suiza, que no participó en el estudio del Mar Muerto. Bontognali trabaja en el rover ExoMars de la Agencia Espacial Europea, que está previsto que aterrice en 2021 en un antiguo lecho oceánico de Marte. Analizará núcleos de sedimentos con una versión simplificada del método utilizado por el equipo de Thomas. Las pruebas del Mar Muerto «hacen más plausible la hipótesis de que pudo existir vida en Marte», dice Bontognali.