Enfermedad de Alzheimer
Información general
La demencia de Alzheimer suele tener un inicio sutil: las personas comienzan a olvidar ciertas cosas, llegando a un punto en el que ya no pueden reconocer ni siquiera a los miembros de su familia y necesitan ayuda incluso para las actividades diarias más sencillas.
La demencia de Alzheimer afecta actualmente a cerca del 5% de las personas mayores de 60 años, y se calcula que en Italia hay 500.000 enfermos. Es la forma más común de demencia senil, un estado causado por una alteración de las funciones cerebrales que implica serias dificultades para que el paciente realice sus actividades cotidianas normales. La enfermedad afecta a la memoria y a las funciones cognitivas, afecta a la capacidad de hablar y pensar, pero también puede causar otros problemas como confusión, cambios de humor y desorientación espacial y temporal.
La enfermedad lleva el nombre de Alois Alzheimer, un neurólogo alemán que describió por primera vez sus síntomas y aspectos neuropatológicos en 1907. En una autopsia, el médico observó signos peculiares en el tejido cerebral de una mujer que había muerto de una enfermedad mental inusual. Observó la presencia de racimos, más tarde llamados placas amiloides, y de haces de fibras enredadas, los ovillos neurofibrilares. En la actualidad, se considera que las placas y los ovillos de proteína amiloide son los efectos en el tejido nervioso de una enfermedad para la que, a pesar de los amplios esfuerzos, aún se desconocen las causas.
Los pacientes de demencia de Alzheimer sufren una pérdida de células nerviosas en áreas cerebrales vitales para la memoria y otras funciones cognitivas. También hay un bajo nivel de sustancias químicas, como la acetilcolina, que funcionan como neurotransmisores y, por tanto, participan en la comunicación entre las células nerviosas.
Enfermedad y síntomas
El curso de la enfermedad es lento y, por término medio, los pacientes pueden vivir hasta 8-10 años tras el diagnóstico de la enfermedad.
La demencia de Alzheimer se manifiesta en forma de problemas leves de memoria, que acaban provocando daños graves en el tejido cerebral, pero la rapidez con la que se agudizan los síntomas varía de una persona a otra. A lo largo de la enfermedad, los déficits cognitivos se agudizan y pueden conducir a una grave pérdida de memoria, a hacer repetidamente las mismas preguntas, a perderse en lugares conocidos, a la incapacidad de seguir instrucciones precisas, a la desorientación sobre el tiempo, las personas y los lugares, así como al descuido de la seguridad personal, la higiene y la nutrición.
Sin embargo, las alteraciones cognitivas pueden estar presentes incluso años antes de que se diagnostique la demencia de Alzheimer.
Diagnóstico
Hoy en día, la única manera de hacer un diagnóstico definitivo de la demencia de Alzheimer es a través de la identificación de las placas amiloides en el tejido cerebral, que sólo es posible mediante la autopsia después de la muerte del paciente. Esto significa que sólo se puede hacer un diagnóstico «posible» o «probable» de Alzheimer durante el curso de la enfermedad. Por ello, los médicos utilizan diversas pruebas:
- Exámenes clínicos, como sangre, orina o líquido cefalorraquídeo
- Tests neuropsicológicos para medir la memoria, la capacidad de resolución de problemas, la capacidad de atención, la capacidad de contar y conversar
- Exploraciones cerebrales para identificar cualquier posible signo de anormalidad
- Estas pruebas permiten al médico descartar otras posibles causas que provoquen síntomas similares, como problemas de tiroides, reacciones adversas a medicamentos, depresión, tumores cerebrales, pero también enfermedades de los vasos sanguíneos cerebrales.
Al igual que ocurre con otras enfermedades neurodegenerativas, el diagnóstico precoz es muy importante tanto porque ofrece la posibilidad de tratar algunos de los síntomas de la enfermedad como porque permite al paciente planificar su futuro mientras aún está en condiciones de tomar decisiones.
Terapias farmacológicas
Hoy en día, por desgracia, no existen fármacos que puedan detener y revertir la enfermedad y todos los tratamientos disponibles tienen como objetivo contener los síntomas. Para algunos pacientes, cuya enfermedad se encuentra en una fase leve o moderada, fármacos como la tacrina, el donepezilo, la rivastigmina y la galantamina pueden ayudar a limitar el empeoramiento de los síntomas durante unos meses. Estos principios activos actúan como inhibidores de la acetilcolinesterasa, una enzima que destruye la acetilcolina, el neurotransmisor deficiente en el cerebro de los enfermos de Alzheimer. Por lo tanto, al inhibir esta enzima, se espera mantener intacta la concentración de acetilcolina en los pacientes de Alzheimer y así mejorar la memoria.
El desarrollo de nuevos fármacos para la demencia de Alzheimer es un campo en desarrollo, con laboratorios de investigación que trabajan en ingredientes activos para ayudar a prevenir, ralentizar y reducir los síntomas.
Otra vía de investigación activa es el desarrollo de una respuesta inmunológica a la enfermedad, con el objetivo de desarrollar una vacuna que contenga la producción de b-amiloide (el péptido que se agrega para formar las placas).
Terapias no farmacológicas
De las diversas terapias no farmacológicas propuestas para el tratamiento de la demencia de Alzheimer, la terapia de orientación a la realidad (ROT) es la que cuenta con más pruebas de eficacia (aunque modestas). El objetivo de esta terapia es orientar al paciente con respecto a su vida personal, su entorno y el espacio que le rodea mediante continuos estímulos verbales, visuales, escritos y musicales.