Ácido linoleico, aceites vegetales e inflamación | RegTech
Introducción
Los estadounidenses consumen de media más de 40 gramos (~3 cucharadas) de aceite vegetal al día. Los aceites vegetales, como los de soja, maíz o canola, son ricos en ácido linoleico (LA), un ácido graso omega-6 y un nutriente esencial. Los ácidos grasos omega-3 también son nutrientes esenciales que pueden obtenerse de los aceites de soja, canola y linaza, así como de ciertos pescados de agua fría, como el atún, el salmón y el arenque. La relación entre los distintos miembros de estas dos familias de nutrientes esenciales ha sido objeto de mucha investigación y controversia. En este artículo, nos centraremos en el LA, del que pueden derivarse todos los demás ácidos grasos omega-6.
Los efectos de las grasas alimentarias sobre las enfermedades cardiovasculares (ECV) y otras afecciones crónicas han sido durante mucho tiempo una consideración importante en el desarrollo de las directrices dietéticas en Estados Unidos y en todo el mundo. Las Guías Alimentarias para los Estadounidenses de 20101 recomiendan que las grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas sustituyan a las saturadas en la dieta. En la actualidad, existe una gran coherencia entre las recomendaciones de las organizaciones gubernamentales y profesionales en el sentido de que tanto las clases de ácidos grasos poliinsaturados (PUFA) omega-6 como omega-3 son deseables, y que el consumo de LA, así como el de PUFA omega-3, debería fomentarse en sustitución de los ácidos grasos saturados (SFA), los ácidos grasos trans y (en algunos casos) los carbohidratos refinados.
Desde la década de 1970, los investigadores saben que el ácido linoleico (LA) reduce los niveles de colesterol en la sangre y disminuye el riesgo de enfermedades cardíacas. Por lo tanto, no es de extrañar que una reciente recomendación científica de la Asociación Americana del Corazón (AHA)2 haya recomendado que los AGPI omega-6 constituyan al menos entre el 5 y el 10% de la energía total. Además, una declaración de posición actual de la Asociación Americana de Dietética (es decir Academy of Nutrition and Dietetics) y Dietitians of Canada3 señaló que el rango de consumo recomendado de PUFA omega-6 (principalmente LA) en los EE.UU. por el National Heart Lung and Blood Institute (NHLBI) de los National Institutes of Health (NIH)4 y el Institute of Medicine (IOM)5 oscila entre el 5 y el 10% de la energía.
A pesar de la consistencia de las recomendaciones favorables con respecto al LA en la dieta, la posibilidad de que este ácido graso contribuya al exceso de inflamación ha recibido una atención considerable. El principal motivo de preocupación es que grandes cantidades de LA provocarán una formación excesiva de ácido araquidónico (AA) y la subsiguiente síntesis de eicosanoides proinflamatorios (por ejemplo, prostaglandina E2 (PGE2), leucotrieno B4 (LTB4) y tromboxano A4 (TXA2).6-10 La elevada generación de eicosanoides proinflamatorios podría aumentar otros biomarcadores de inflamación (por ejemplo, interleucina-6 (IL-6), factor de necrosis tumoral-α (TNF-α), proteína C-reactiva (PCR)) que se asocian a una mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares (ECV), cáncer y otras enfermedades crónicas. Además, la posibilidad de que una ingesta elevada de LA provoque una disminución de la elongación del ALA a ácido eicosapentaenoico (EPA) y/o ácido docosahexaenoico (DHA) debido a la competencia por la desaturasa Δ-6 es una preocupación frecuentemente declarada.8,11 Esta competencia, a su vez, podría reducir la formación de eicosanoides antiinflamatorios, incluidas las resolvinas y neuroprotectinas recientemente descubiertas que se derivan de estos ácidos grasos omega-3 de cadena más larga.12 La bibliografía en este campo es muy compleja y se han publicado numerosas revisiones narrativas que han llegado a diferentes conclusiones con respecto a los posibles efectos proinflamatorios del LA dietético.13-17
Lo que faltaba en el campo era una revisión sistemática de ensayos controlados aleatorios que examinaran el impacto del LA dietético en los marcadores biológicos de la inflamación entre adultos sanos. Por lo tanto, en 2010 un colega y yo nos propusimos llenar este vacío en la literatura. Realizamos una búsqueda en la literatura inglesa y no inglesa utilizando MEDLINE, el Registro Cochrane de Ensayos Controlados y EMBASE para identificar artículos relevantes. Quince ensayos clínicos (siete estudios cruzados y ocho paralelos) cumplieron los criterios de inclusión (por ejemplo, estudios de intervención aleatorizados y controlados con placebo en humanos sanos de más de un año de edad en los que el único ácido graso distinto del LA que podía diferir sustancialmente entre la dieta experimental y la de control era el ácido oleico). El biomarcador de inflamación sistémica más frecuente fue la PCR circulante. Sorprendentemente, no hubo un impacto significativo de la variación de la ingesta de AL en la PCR circulante en ninguno de estos ensayos.18 Además, el AL dietético no mostró ningún efecto en la concentración circulante de otros biomarcadores inflamatorios, incluyendo: IL-6, TNF-α, ICAM-1, L-selectina, P-selectina, fibrinógeno, PAI-1, actividad plaquetaria (carga de fibrinógeno), complejo tPA/PAI-1, TXB2, PGE2, PGF2α.18
Una molécula de ácido linoleico (LA).
Además de estos resultados de ECA (el estándar de oro en la investigación biomédica), ha habido una serie de estudios observacionales bien diseñados que han explorado la relación entre la ingesta de LA y la inflamación en humanos. Por ejemplo, Ferrucci y sus colegas19 observaron que las concentraciones plasmáticas totales de AGPI omega-6 estaban inversamente asociadas con la PCR, la IL-6, la IL-6r, la IL-1ra y el TNF-α en suero y eran paralelas a las asociaciones observadas para los AGPI omega-3 totales en plasma en un análisis transversal de 1.123 adultos italianos. Además, Pischon y sus colegas20 observaron que los niveles más bajos de inflamación se encontraban en los sujetos que tenían el mayor consumo de AGPI omega-3 y omega-6 entre 405 hombres y 454 mujeres sanos del Estudio de Seguimiento de Profesionales de la Salud y el Estudio de Salud de las Enfermeras, respectivamente. Otros estudios observacionales informaron de una asociación inversa y/o nula entre el LA plasmático o dietético y una variedad de marcadores de inflamación crónica.21,22 Los resultados de estos y otros estudios epidemiológicos ilustran la debilidad de la «proporción omega-6/omega-3» como parámetro significativo. Ya se ha publicado un análisis más completo de las deficiencias de la relación omega-6/omega-3.23
Los datos disponibles para esta primera revisión sistemática de la relación entre la AL en la dieta y la inflamación presentan varias limitaciones. En primer lugar, todos los ECA incorporaron un pequeño número de sujetos. El estudio más grande tenía sólo 60 sujetos que completaron el ensayo. Tres de los 15 ECA se llevaron a cabo en salas metabólicas, lo que mejoró el control sobre la intervención dietética, pero sólo contaban con entre seis y nueve sujetos inscritos. Una segunda limitación es la incierta relevancia clínica de los diversos biomarcadores de inflamación que se miden en los estudios clínicos. A menudo los investigadores miden múltiples biomarcadores de inflamación con la esperanza de que uno o más de ellos tengan un valor predictivo relevante para los resultados clínicos. Muchos biomarcadores inflamatorios se caracterizan por una considerable variabilidad intra e interindividual. Esta variabilidad dificulta la detección de cambios sutiles con tamaños de muestra pequeños y no se puede descartar la posibilidad de resultados falsos negativos. No existe consenso sobre qué biomarcador es el mejor, ya que cada uno tiene ventajas e inconvenientes; sin embargo, la relación entre la PCR o el fibrinógeno y el riesgo de ECV es bastante sólida.24 Un tercer defecto de estos ECA es su duración relativamente corta. El ensayo más corto fue de dos semanas y el más largo de 40 días. Dos semanas es el tiempo mínimo necesario para que se estabilicen las modificaciones de los ácidos grasos circulantes y tisulares inducidas por la dieta.25 Sin embargo, el tiempo necesario para que los lípidos de la dieta afecten a los procesos relacionados con la inflamación no se conoce tan bien.
En base a las pruebas actuales de los ECA y los estudios observacionales, parece que no hay prácticamente ningún dato disponible que respalde la hipótesis de que la AL en la dieta aumenta los marcadores de inflamación entre los seres humanos sanos que no son bebés. Sin embargo, a la luz de las limitaciones de las pruebas disponibles, no se puede rechazar por completo la «hipótesis de que la AL en la dieta impulsa la inflamación» en este momento. Para ello, se necesitarán datos adicionales procedentes de estudios más amplios y prolongados con un control dietético meticuloso que incluyan a sujetos con distintas dotaciones genéticas. No obstante, el resultado de esta reciente revisión sistemática debería proporcionar a la comunidad dietética y médica una medida de tranquilidad con respecto a las recomendaciones dietéticas actuales que hacen hincapié en la ingesta óptima de AGPI omega-3 y omega-6.